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jueves, 29 de agosto de 2013

Emprendimiento creativo o destructivo

El espíritu empresarial es el aditivo creativo-destructivo de la economía. Destruye monopolios y crea competencia, desplaza lo viejo con lo nuevo que, a su vez, es mejor y más barato. El emprendedor es un agente perturbador que amenaza con alterar el statu quo; es cual fuerza newtoniana que obstruye el reposo catalizando el movimiento del cuerpo societario hacia un estado de mayor y mejor bienestar para todos.

Las innovaciones reducen, reemplazan y destruyen cosas de inferior desempeño. Estas cosas son, en esencia, el modus vivendi de muchas personas responsables del sustento de familias y comunidades. La desmotadora de algodón sustituyó y, en efecto, destruyó el trabajo de cincuenta hombres; el correo electrónico disminuyó la utilidad de los servicios  del cartero así como los procesadores de palabras eliminaron, básicamente, el valor agregado de las máquinas de escribir.


Si bien es cierto que el emprendimiento es un proceso perturbador, a final de cuentas, cuesta infinitamente más detenerlo que promoverlo. Es menester crear amortiguadores sociales para asistir la efectiva reintegración al aparato productivo de las fuerzas laborales desplazadas por el referido fenómeno creativo-destructivo.

El elemento clave para la reintegración es la educación, pues a través del entrenamiento y la capacitación es que los factores de producción incrementan sus utilidades amalgamando creativa e inteligentemente los recursos disponibles para satisfacer las necesidades del mercado local e internacional.

La cruda realidad de este proceso es que a menos que todos los miembros del sistema estén consistentemente envueltos en la dinámica creativa-destructiva, la destrucción de modos de subsistencia es de carácter inminente. Sin embargo, este predicamento también es cierto en la experiencia existencial de la raza humana, pues la muerte es parte de la vida y así como todo ser vivo nace, se desarrolla y exhala, la economía es cíclica y tiene sus altas y sus bajas.

Sabemos que la vida se aprovecharía mucho más si se viviese con la muerte en mente. Digo esto no de manera morbosa, sino con el propósito de inyectarle perspectiva al breve tiempo y espacio que ocupamos en el cosmos creativo que a veces parece estar siguiendo un patrón de indetenibles e irreparables destrucciones carentes de creaciones paralelas que compensen los valores sustraídos.

Por eso, en medio de la opulencia material, no es difícil encontrar al espíritu humano desnutrido por las vanas apetencias, la paraciencia sin esencia, la insignificancia de significar, el dolor de fracasar y dejarse definir por los fracasos o el peso insostenible de triunfar para al final ser vencido por la muerte ineludible e indiferente al balance bancario, rango militar, político o social de sus víctimas.

El emprendedor entonces debe saber que las cosas verdaderamente importantes son aquellas que el dinero no puede comprar y la muerte no se puede llevar. Teniendo esto en cuenta el empresario puede ejercer sus funciones libre de las disfunciones psico-vanidosas creadas por el consumismo que corre sobre las ruedas del egoísmo y cuyo destino es el abismo cegador preñado del ruido que abruma el clamor de verdades que libertan.

Vestido de moralidad, ecuanimidad y responsabilidad, el espíritu empresarial se constituye en una de las fuerzas más poderosas de inclusión económica y social en sistemas democráticos-capitalistas. Afirmando su llamado sobre dichos principios, el emprendedor puede y debe ejercer su rol creativo-destructivo fluyendo de la escasez a la abundancia y sirviendo cual mecanismo fotosintético que transforma lo malo en bueno, lo bueno en algo mejor y lo mejor en lo mejor de lo mejor.

 El autor es Chief Economist de D’Oleo Analytica.

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